Recuerdo el día que vi un árbol moribundo,
agonizante por sobrevivir.
Sus hojas venian a tierra todavía vivas,
pero recitando el momento de su fin.
El follaje que residía en el suelo aún seguía recitando,
pero una a una iban sucumbiendo.
Algunas hojas veían su fin por naturalidad,
otras no obstante concluían por enormes zapatos que caían encima de ellas.
El fin de las hojas ésta es, en la que una por una expiran y el tronco desnudo queda al final.
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